
Muchas historias en una misma foto.
Cada vez que miro una foto, recuerdo una historia.
Bien digo “una” porque no siempre es la misma. O, mejor aún, no siempre son los mismos ojos los que la observan, incluso cuando se trata del simple salto atrevido de la mirada de un instante al siguiente.
Estamos poblados de miles de ellas y, a su vez, cada una tiene vida propia: respiran, mutan, evolucionan, crecen, mueren… renacen. Se dicen “orgánicas”.
“… Confío. Que camine sola, lejos de mí, desapegada. Me cuesta verla a la distancia por falta de práctica. La ciudad de dónde somos, casi siempre con horizonte mezquino, nos recorta la posibilidad de hacerlo. Allí nos dejamos abrazar por la inmensidad de una playa cualquiera que nos protegía con la arena ardida. Aun así, cuando se escabulle de mi vista más allá de la duna, mi corazón se desboca y no hay argumentos que lo consuelen…”
El “narrador” que somos es quien las esclarece con la luz que tiene al momento de contarlas como alumbrando una habitación oscura con una linterna; no siempre saltarán a la vista los mismos rincones ni los muebles proyectarán las mismas sombras, dependerá de la ubicación del foco.
“…Toma adrede el camino largo y de su mano, su amigo invisible. Anónimo para todos los otros mortales, menos para ella que se empecina en llevarlo y traerlo, colgado, como muñeco de trapo. Habla con él cuando nadie los ve e incluso, cuando la intimidad es bastante mayor que esta, protege su pequeña cabeza invisible de un sol embravecido, de esos que convierte la sombra de cualquiera en un charco sin forma, a la vera de los pies…”
La consciencia en la narrativa es la asertividad en el manejo de esa luz. Cuanto más conscientes seamos al narrar lo que narramos, más asertivos seremos y viceversa.
Al contar una historia, buscamos algo, aunque muchas veces no nos enteremos de qué. La narrativa consciente nos invita a ese conocimiento profundo de lo que realmente queremos contar y de lo que buscamos. Nos convierte en navegantes de nuestras propias aguas profundas y nos intima a explorar [nos] y hallar la propia capacidad de tino.
“…Me invade cierta nostalgia al ver cuánto ha crecido desde entonces ¡Qué somos los padres sino espectadores de lo inevitable con buenas butacas! A veces me atrevo a creer que soy su público más honesto. Otras, en las que me envalentono, cierta autoridad dentro del club de fans. Cuando me obstino como buena “tauro” que también soy, creo que puedo cambiar algo de lo que ella es. Cuando me sincero sé que apenas puedo ayudar a que vea por sí misma su propio mestizaje de luz y sombra…”
Es, en fin, una práctica que toma el simple “hábito” de contar[nos] -a nosotros mismos y a otros- las historias que nos habitan y lo resignifica con una mirada más empática, actual y honesta, obteniendo como resultado historias repletas de recursos y riquezas necesarios para comprender mejor las emociones, los vínculos y los avatares de la vida cotidiana.
Así, logramos el paso del «hábito», al «arte» [cotidiano] de contar.
“…El día que me vaya de este mundo quiero llevarme tatuados esa inmensidad, esas nubes manchando el cielo como corona de los jirones de arena ardida y desprolija y el recuerdo de que tuve la fortuna de acompañar con el mayor respeto que pude, esos pasos libres de pies pequeños…”