Bienvenidos al “Restorant del Amor”.

A esa invitación, sí acudí.

No importaba que estuviera desalineada, en camisón, ojerosa y medio chamuscada, en medio de un enero atípico con todos los dolores y “no poderes” de un posoperatorio a flor de piel, en mi obligado “desensillar hasta que aclare”, o como quieran llamarle al hecho de no poder “hacer” mucho, y sólo “ser” así como estaba siendo, un ser convaleciente.

Por más programado, pensado y organizado que sea un “parate”, a mí, la vulnerabilidad siempre me toma por el cuello y me sorprende cada vez, sea cual sea la razón de su visita. Aparece de pronto, tocando mi puerta y suelo encontrarme mirándola con mis más incrédulos ojos de niña. 

No es que sea cosa nueva lo que voy a decir a continuación [lo descubrí en mi primer puerperio, quizá antes, pero desde entonces lo recuerdo con cierta consciencia]: el mundo no para, nunca jamás de los jamases jamaseños, y se empeña en dar vueltas y vueltas alrededor del “detenido” con un vértigo espasmódico. Es como la regla del juego “Antón (Don) Pirulero”: cada cual atiende su juego y el que no, una prenda tendrá. 

Todas mis alarmas se encendieron una vez más en señal de alerta: 

¡Bienvenida al gris miedo, my friend!

Por más consciente que sea mi pausa, el miedo es un viejo amigo que se toma los recesos conmigo y se pone bien pesado: trepa por mi espalda, me despierta, me confronta, me desafía… Mi antiguo, pero no por eso menos vigente, miedo a parar. 

En un mundo tan vertiginoso, de altas velocidades y carreteras furiosas, de pocos retornos y escasos accesos: parar o no parar, esa es la cuestión. 

Sospecho que no soy la única con ese temita de “paratefobia” porque suelo ver más programas que días en las agendas de los niñ@s, de los padres y del resto de los mortales. Cuando ya casi nadie se queda un rato “haciendo nada”. Cuando todos están contagiados de hiperocupación. Cuando es tan importante mostrar que estás haciendo y haciendo y haciendo… Incluso en vacaciones o convaleciente… 

“Antón, Antón… Antón Pirulero”… 

¡Que Odín y todos los dioses nos libren del no hacer! ¡Serás productivo o no serás nada, pequeño mortal! 

Bueno, seré jodida. Yo paro. Y me meto hasta las narices en el gris miedo con todo lo que ello implica. Y salgo cuando puedo [que es bastante después del “cuando quiero”… Is anybody here?]. Y lo hago con resistencia y todo, como quien se tira a una pileta vestido y se va sacando la pesada ropa una vez en el agua [obligado por el agua]. 

No soy valiente por ello: mis cicatrices hablan por mí. Aprendí en los tempranos veinte que la vida es tanto acción como contemplación, mezcladas en la ensalada de los días. El que no contempla, tampoco ve el final de un camino, ni el límite que impone un muro, o que una tarjeta con forma de corazón tiene una historia que merece ser contada [¡¿que cómo aprendí?!… La respuesta breve: en mi primer boletín adulto saqué cero en contemplación].

Por eso, esta vez, mi postal de vacaciones no es el entrañable mar [aunque sí hubo agua salada], ni una ciudad nueva, ni un paisaje hermoso ni una sonrisa llena de dientes… 

Mi mejor recuerdo de este reciente viaje es haber recibido esta invitación, a diez pasos de mi cama. Yo, la que creo que siempre me faltan piezas en el rompecabezas, era la invitada de honor al “Restorant del amor”; la dueña y anfitriona, mi hija mayor. Los únicos comensales, los “cuatro fantásticos”. El menú principal, la propuesta de una niña que ocupó una mañana entera de su juego [tiempo] para organizarlo y que no faltara detalle. Ella sí paró para montar un “restaurante del amor” para mí.

De pronto, los grises… siguieron grises; pero salieron a su encuentro algunos colores más en mi mapa. El rojo de su amor incondicional, el azulino de sus ojos de entrega, el rosa tenue de la rosa que decoraba la mesita, el verde inhóspito y cómplice de los ojos de mi marido [y enfermero personal], el chocolate chispeante de los ojos de mi hija pequeña. 

Y cuando la paleta de colores vuelve a nutrirse de matices, se mezclan y van apareciendo más y más colores y formas con sabor a la vida misma, que es de cal y es de arena. Se enteren las redes sociales o no.

¿Recuperada ya? preguntan los ecos con afecto. 

Mi respuesta será un tanto poética [y parafraseando a Benedetti], o no será: “…o sea resumiendo, estoy jodida y radiante [quizá más lo primero, que lo segundo] y también, viceversa…”

#siempreesmejorconunahistoria #narrativaconsciente