Por siempre y para siempre

Esta es una historia de magias.

Es mi historia.

Si bien recibí mis dones y mi primer llamado a los quince años, no supe sino hasta entrados los treinta de qué venía la cosa. Allá y entonces, no fui la única. Mi mejor amiga, también era un hada.

Esta, también es su historia.

Todo comenzó el día en el que Ana y yo visitamos el mar por primera vez. Su abuelo había construido una casa de veraneo y estábamos dispuestas a quedarnos allá hasta el último día.  Mi primer mar fue uno brioso, lleno de caracolas y espuma, con una playa ancha y despoblada, por entonces, colmada de dunas vivas, coronada con un faro y un bosque a su vera, misterioso y mágico, como lo son todos los bosques. 

Habíamos nacido el mismo día y luego sabríamos que no por casualidad. Fue el día de nuestro cumpleaños número quince, la última semana de ese verano, cuando recibimos nuestros dones y quedó sellado nuestro destino para siempre.

Las hadas reciben por primera vez su llamado en la adolescencia, en un rito sutil, que muchas veces se pierde en la espesura de las hormonas y la necesidad de manada mundana. Pero es inexorable: el primer llamado vendrá -y después de él, el resto- una y otra vez, hasta ser aceptados; los dones recibidos quedan latentes y se encienden cada vez que aceptamos un llamado.

Son cuatro en total los que tendremos a lo largo de la vida, si no la interrumpimos. Sí, las hadas elegimos cuándo morir. Nuestros ancestros nos dicen que debe ser el día en el que utilizamos el cuarto de ellos en beneficio de un alma humana. Pero algunas, se sacrifican antes, y siempre que lo hacen es para salvar a otra hada. 

 

Ana supo todo aquel día, y por eso el final de ese verano no resultó como lo habíamos planeado.  

Durante el otoño que siguió, sus padres decidieron mudarse y vivir de manera permanente en aquella casa, y yo juré no volver a pisarla jamás. No nos vimos nunca más ni supe nada de ella después de ese viaje.

 

A mis treinta años había logrado en mi carrera todo lo que me había propuesto y más. Graduada con honores, era la nueva promesa en la clínica de mi padre; mis hermanos mayores me envidiaban por ello. Mi vida social se circunscribía al trabajo, no estaba en ninguno de mis planes extenderla ni formar una familia. Todo pasaba allí o no pasaba. 

Mi historia con Ana estaba archivada, o eso creía. A veces solía pensar que había exagerado con mi reacción, pero nunca había intentado buscarla, ni siquiera cuando aparecieron las redes sociales. Oculto y detrás de mi postura de superación acechaba un hondo dolor: ella tampoco me había buscado. 

Por eso, quince años después de aquel viaje, al abrir la puerta y encontrarla frente a mí, igual a cómo la había dejado, me emocioné antes de extrañarme.

-Hola, soy Sofía, hija de Ana. Y sí, nos parecemos mucho ¿Puedo pasar? – dijo leyéndome, y antes de escuchar cualquier respuesta entró, y nuestros movimientos se acompasaron como si ambas escucháramos la misma música y decidiéramos bailarla, sin palabras. Como con Ana.

Arrojó un sobre amarillento sobre la mesa que cayó como una piedra, dejando al acostumbrado silencio de mi casa sorprendido, desnudo y pidiendo disculpas.

“Para Julia, de Ana” decía, con su manuscrita inconfundible.

-Necesito saber si puedo NO convertirme- me dijo.

Sin entender nada, lo supe. Yo era la única que podía ayudarla. Tiré las llaves en el plato de bronce del aparador y el estruendo volvió a interrumpir al silencio, que esta vez miró con resignación, y apuró su “medio vestir”. 

-Voy a preparar café- dije queriendo sonar amable, pero me sorprendí ofendida. “No es Ana” me repetí varias veces, para que no se notara, y caminé hacia la cocina cerrándome el sacón de hilo, más para esconderme que por sentir frío.

-No te preocupes, estoy acostumbrada a que me reciban así- me dijo desde el living, como leyéndome el pensamiento, otra vez- Con canela, miel y sin leche, para mí -continuó, yendo ya más rápido que mis propias preguntas. 

Ana es puro fuego, y yo, pura agua, pensé… ¡Que no es Ana! Grité para dentro, retándome.

-Tranquila que a todos -me incluyo- nos cuesta entender que no soy ella -contestó. Confirmado: podía leer mis pensamientos COMO ella.

Volví con dos cafés hechos a nuestro gusto y medida. Apoyé las tazas frente a frente, indicándonos donde sentarnos. Los jirones de calor viajaban con movimientos lentos y espiralados, como el silencio que, ya vestido y decente, se sentó primero y sonriente a la mesa, en un lugar intermedio, para tomar las manos de ambas.

Sofía arrastró la taza y la silla a un lugar más cercano, el silencio saltó como un gato asustado y quedó arañando el techo como una caricatura. Se acercó tanto que pude oler el sabor a fresa de su chicle. Me miró a los ojos, sin las gafas de sol que traía al llegar, y supe que esos ojos ya me habían mirado. Eran los ojos de Fernando.

-Abrí la carta, por favor. Las respuestas que busco pueden estar ahí. 

Fernando, mi primer amor, padre de Sofía, el hombre entre Ana y yo…

-Sí, Fernando es mi padre biológico, y nos visitábamos dos veces por año hasta que murió mi mamá, hace uno. Por pedido de ella, se mudó conmigo, a la playa. Igual, ninguno de ellos me crió. Me criaron mis abuelos, mientras él hacía dinero en Capital, y mi mamá cosas de hadas por ahí… Sé que te faltan capítulos de la historia, pero por favor, empecemos por la carta que te dejó al morir…

 

¡¿Ana estaba muerta?! ¡¿Hadas?! 

Un sábado diferente, sin dudas, hubiera dicho ella.

Ahí, y recién ahí en quince años, recordé con todos sus sabores y texturas la noche en el bosque, como si la caja de Pandora decidiera abrirse de pronto: la especie de aurora boreal sobre nuestras cabezas, el zumbido, mi “desmayo por el susto”, su distancia radical e inexplicable desde entonces, la caseta de la playa con ellos a medio vestir unas horas después… pero ¡¿Hadas?! 

-Sí, hadas y cuanto antes te hagas a la idea de que no funcionamos como Tinkerbell, va a ser mejor. Somos jodidas y poderosas, por eso quiero saber si puedo NO convertirme. Soy una rareza porque ya nací con un don y recibí otro el día que mi mamá murió, antes del primer llamado… Mi mamá me dejó otra carta a mí y me pidió que te busque, que te diera tu carta y que te pidiera ayuda siempre que la necesitara… Nunca pensé que vos no vivías tu dimensión mágica, perdón por eso -dijo y se dejó caer en mi sillón, como si fuera suyo. 

El café, tibio, ya no soltaba halos de vapor. Para ese entonces, el silencio necesitaba RCP.

-Entonces tenés…

-Catorce años, en dos semanas cumplo los quince -me interrumpió-

– ¿Y cómo llegaste acá?

-Me trajo Fernando…

¡¿Fernando está acá?! -pensé mientras el corazón se pegó al techo de un salto, al lado de la caricatura del silencio.

-Tranquila, no va a subir hasta que yo le diga, y también se muere por verte, aunque le dé miedo, como a vos. Me da ternura que sigan enamorados.

-Yo no estoy… ¡Dejá de hacer eso!…

– ¿De leerte los pensamientos, decís? Lo heredé de ella. Está bien, puedo no hacerlo, es que haciéndolo voy más rápido. Porrrr favorrrr, abrí el sobre -suplicó-

Me senté, emanando un suspiro eterno. Como con Ana, sabía que no pararía hasta que no hiciera lo que me pedía. Tomé de un sorbo el café, para darme coraje. Volvería a encontrarme con la voz de Ana en esos renglones.

 

 

“Para Julia, de Ana” leí nuevamente en el sobre… la letra con ese firulete al final era inconfundible, yo había sido parte de cada modificación que Ana había hecho a su firma a lo largo de los años que compartimos, y esa era la firma que usaba desde aquel entonces.

El silencio aturdía, el ruido del papel cortándose cuando abría la solapa del sobre, se escuchaba por debajo del latido de mi corazón acelerado, el cuerpo me temblaba. Tenía tantas ganas de no abrirlo como de hacerlo; el dolor y el enojo de aquella noche hervía nuevamente mi sangre, los ojos llenos de lágrimas que, ya sin poder contenerlas, salieron expulsadas mojando la A de Ana que se deslizó con la gota de tinte azul hasta el borde del sobre, para caer en mi pantalón. 

Saque la carta, la desdoble.

Sentí que el tiempo se detenía, parecía que la tierra dejó de girar unos minutos, mi corazón que retumbaba como tambor africano se silenció, contuve la respiración. Me sorprendí por lo escueto del escrito:

 

Julia, amada hermana del alma.

¡Te extrañé y te amé desde el primer hasta el último día de mi vida! Sé que estás enojada conmigo y también con Fernando, no tengo dudas que harás lo que te pido y te aseguro tendrás las respuestas que necesitás. Nunca dejé de pensar en vos, mil veces quise dejar todo para salir corriendo a buscarte y contarte que todo aquello que recordás no es como sucedió, o al menos no es el “porqué” sucedió así. Uno de mis dones es el de borrar o cambiar la memoria, con vos no pude hacerlo por completo, o tal vez no quise, aunque me odiaras, no deseaba borrar todos nuestros recuerdos juntas. 

Parte de mi corazón se fue con vos ese verano, en sentido figurado y real también.

Necesito pedirte que acompañes a Sofía a recibir su rito al bosque de la casa de la playa cuando cumpla sus 15 años. Es indispensable que seas vos, entenderás porqué cuándo llegues, la Gran Hada Herania te está esperando para devolverte tu historia y parte de tus recuerdos.

Confío que esta carta será una oportunidad para que confíes en mí y rescates nuestro lazo de tus memorias…

Te amo, por siempre y para siempre

Ana

Al leer ese último párrafo, sentí que una especie de llave abría un portal en el que, la película de esa noche en el bosque sumaba diapositivas… aromas… estaba ahí nuevamente …

el olor a los pinares húmedos, un poco ácido y otro poco dulce,

voy con Ana de la mano, la siento 

árboles que hacían de columnas para una bóveda formada con sus copas frondosas iluminadas por la luna,

luces brillantes me enceguecen 

el sonido me aturde, la cabeza me estalla

Ana gritando “¿qué pasa?”

hadas que aparecían y decían “¿cómo son dos? ¿Y qué haremos ahora con Sarsú? Llamemos a la Gran Hada Herania”

Fernando estaba inconsciente en el suelo, quiero moverme, pero el sonido… no lo soporto…

aparece una figura de mujer anciana, llevaba una túnica azul zafiro, el pelo plateado largo con una trenza matizada entre pelo y enredaderas,

da dos golpes con su vara en el centro, todo el murmullo y caos se pausa, un silencio sepulcral excepto ese ruido en mi cabeza y la voz de la mujer:

mis queridas Ana y Julia son ambas mis herederas; el conjuro del elfo oscuro, Sarsú aún está activo, la historia ha cambiado. Siendo dos, se han dividido los poderes otorgados y no sabemos cuáles son los otros dos dones que se despertaran en cada una.

Julia, has recibido el don de escuchar la magia oscura cuando se acerca, por eso te aturde la presencia de Fernando, él es el heredero de Sarsú, y contiene la magia suficiente para hacer que el reino de las hadas desaparezca; él no lo sabe así que no haremos nada para lastimarlo hasta descubrir cómo anular el conjuro. 

Ana, tú recibiste el don de concebir a la hija del elfo descendiente de Sarsú, es necesario e indispensable que lo hagas, de otra manera el reino entero caerá. 

Volverán aquí en quince años cuando la niña reciba su llamado, mientras estudiaremos qué hacer para evitar nuestra muerte. 

Ana, tienes el poder de borrar la memoria de ambos, hazlo. 

Los ojos de Ana, el llanto, mi enojo y desconsuelo… Ana pronuncia unas palabras “te amo, por siempre y para siempre” me desmayo…

Y el resto aparece como lo recuerdo, la caseta, ella y Fernando , la bronca, el dolor y el olvido de su existencia…

No entendía nada de lo que significaba aquello, éramos dos, ¿Ana tenía un don para concebir con Fernando? ¿Conjuros, herederas, elfos? ¿Qué mierda era eso? ¿Estoy alucinando? Bajo la vista, la carta sigue ahí y ¡Sofía también!  Reparó en algo… ¡Ana escribió esa carta antes de morir! Ana, sabía que se estaba muriendo y no me llamó. Podría gritar con todas mis fuerzas en este momento, aunque no alcanzaría…  Ana ya no estaba, ¡Ana se fue y me dejó con todo este dolor disfrazado de enojo! No puedo abrazarla, no pude despedirme, ¡no pude cuidarla! ¡¿Por qué fui tan orgullosa?! ¡¿Por qué no la busqué?! 

Mil preguntas sin respuestas, mi cabeza está a punto de estallar como una Marmicoc con la válvula tapada. 

-No te culpes, aunque hubieses querido no te hubiese dejado acercar, nadie lo hizo hasta unos días antes de morir que mando a llamarme – dijo Sofia con tranquilidad 

-Te dije que dejaras de hacerlo – la miré con los ojos furiosos.

-Lo siento – susurró mirando al piso.

-Sofía, según tu mamá tengo que ir con vos a la casa de la playa. 

-Sí, así parece. Lo siento, te leí mientras la leías- dijo, mirándome con dulzura y los ojos vidriosos – Por eso está mi papá acá, ella le pidió que me traiga hoy y que te lleve conmigo a casa. 

-¿Qué? ¿Fernando sabe que tiene que llevarme?

-Sí, también recibió una carta como la tuya. Tenemos que ir todes al bosque el día de mi cumpleaños, al amanecer.

– Emmm, no sé, no puedo irme así nomás, mi trabajo – quise encontrar las excusas que me sirvieran, pero no pude… 

El llamado de Ana era tan hipnotizante como el sonido del pungi para las cobras hindúes, jamás podría negarme, y si Sofía era su hija y me pedía protegerla, eso haría. 

-Decile a Fernando que pase mientras me preparo la mochila – le dije, con los ojos fijos en las palabras de la carta, que se mezclaban en mi vista borrosa por las lágrimas brotando. 

-Suena la puerta con dos golpes que recordé al instante, uno corto y uno largo. Era Fernando, mire a Sofía.

-Es que ya le había dicho – se encogió de hombros esbozando una sonrisa cómplice, igual a la de Ana. 

Abrí la puerta, no pude levantar la vista. La piel se me erizo, otra vez el corazón latiendo como un djembe africano. Su perfume era el mismo que recordaba, cítrico, un toque pimentoso y sutil jengibre, mi amor estaba intacto como si se hubiese puesto solo en pausa, titilando, esperando darle play nuevamente. Me mareé, perdí el equilibrio. Cuando el eje de mi cuerpo se venció y caía sin fuerzas para sostenerme; sentí sus brazos que me tomaron, su pecho tibio con el que me contuvo, y el corazón que le latía igual que el mío. 

Nos miramos, ambos nos acordamos de ese atardecer en la playa en el que nos juramos amor eterno y nos regalamos un caracol cada uno, en su cuello con un tiento de cuero negro estaba ese caracol. 

-¿Se juraron amor eterno? ¿Con quince años y se siguen amando? Es muy tierno – Sofia acotaba desde el sillón.

Reparé que Sofía seguía ahí. 

-Gracias, ya estoy bien – me solté de los brazos de Fernando y carraspee – sentate que me preparo un bolso y vamos. 

Cerré con llave la puerta del palier del edificio. En el auto ya estaba mi bolso y mis cosas. Voy a volver a la casa de la playa, pensé, mientras me sentaba.

No sé si fue por el estrés, el cansancio, el shock o el chorrito de coñac que le eche al café; dormí las 6 horas de viaje. 

Llegamos a la casa, se veía un poco más descuidada que en aquella época, seguramente producto de los años, las ventiscas y la sal del mar que penetra irrefrenablemente en cada grieta. 

Vi el faro, la playa desolada, el sol poniéndose y la luna queriendo esbozar su silueta incipiente en el mar. El reflejo naranja de los últimos rayos del sol, el plateado de la luna, esos ínfimos e infinitos minutos en que se encuentran para dejarse ir hasta el atardecer siguiente.  Recordé las risas, los juegos, los abrazos, los llantos, las incontables veces que habíamos escrito nuestros nombres en aquella arena … “Julia y Ana por siempre hermanas”.  Otra vez la ráfaga de recuerdos, el zumbido que me aturdía, las luces de colores que nublaban la vista, mi desmayo, Ana y Fernando semidesnudos y ahora se sumaba una anciana que me hablaba de conjuros y elfos… 

Estaba fresco, él encendió la salamandra, y Sofi trajo unas mantas al sillón. Tomamos una sopa hipnotizados por el fuego y su danza. El silencio nos mantenía en calma hasta que…

 

 

Los tres caímos en un sueño profundo, vencidos por el cansancio del viaje y el revuelo de emociones que cada uno sentía. En mi descanso, mi alma decidió volar tal y como hacía años que no recordaba, sentí como si fuera real que regresaba al mismo lugar, a aquel bosque en el que Ana, Fernando y yo volvíamos a reír, bailar y disfrutar juntos. Ana me miraba y me decía sonriendo «te amo hermana», «gracias por volver», «ahora podrás entender»…

Juro que fue tan real, que cuando me uní a ella en un abrazo tierno , lleno de amor, no deseaba que acabase.

En un instante se desvaneció en mis brazos y todo se tornó oscuro y frío…..Grité, porque la volvía a perder… ¡¡¡Ana, no!!!

Fue entonces cuando escuché su voz, la de Fernando, “Julia, Julia, ¿Qué pasó? ¡¡Despierta!!”

Abrí los ojos y allí estaba él, se había despertado con mis gritos. Lo miré, todavía no me recuperaba de la angustia y la desesperación por lo que acababa de sentir. Sólamente balbuceaba, Ana…he visto a Ana…

Fernado, en un impulso, me rodeo con sus brazos y me acunó hasta que los latidos de mi corazón dejaron de ser como caballos desbocados y bajaron su intensidad. Fue entonces cuando pude percibir los suyos, levanté la cabeza, que reposaba en su pecho y lo encontré mirándome, sus ojos seguían manteniendo esa ternura y amor que siempre recordaba, a pesar de los años transcurridos. 

-Fernando….yo, balbuceé.

-Julia….yo.

Sin más, nuestros labios encontraron el camino, lo recordaban bien a pesar del tiempo.

-¿Qué te pasó?, me dijo.

Le conté mi sueño, lo vívido que había sido, las palabras de Ana agradeciendo que hubiera vuelto y diciéndome que pronto entendería todo. Si supiera que es lo que más deseaba en el mundo, poder entender el «porqué de todo», qué justificación tendría todo lo que nos había pasado, a ella, a Fernando, a mí misma…..a Sofía.

Pensé en ella, se alegraría de escucharlo. Sofía, se había quedado dormida en la desgastada mecedora de mimbre que pertenecía a su abuelo. ¿¿Sofia?? La mecedora estaba vacía…..Fernando, ¿has visto a Sofía?

 

 

Y fué entonces, sin apenas quererlo, cuando me atravesó un enorme sentimiento de pérdida ya conocido anteriormente por mi alma, y es ahí donde el corazón gritó: ¡Sofiaaaaa!…y bajo todas esas letras era como si se  ocultara un grito silenciado de hace años: aquel que no pude pronunciar antes de dejarla marchar de mi vida para siempre: ¡ANAAAAAAA!

El grito se almacenaba sonoro en mis cuerdas vocales pero sin poder articular tan siquiera un pequeño balbuceo, ya que se adueñaba de mí una rigidez corporal la cual dominaba todo mi campo energético; no sabía ni cómo, ni dónde, ni cuándo había pasado pero había vuelto a ocurrir.

y de repente… ¡abrí los ojos y volví a la realidad!

 Mis labios se estaban despegando de los de Fernando, por lo tanto me dí cuenta que nada de eso había sido real: desde que nuestros labios se encontraron, por alguna razón volví a ensoñar con la pérdida de ella, de Sofía, confundiendo una y otras realidades en la misma pesadilla y malos recuerdos…

¿Quizás Fernando tenía algo que ver en todo esto?…se que al despegarme de sus labios las pupilas de sus ojos estaban ardientes de un fuego intenso…y que su aura era algo más oscura e intensa de lo normal; y lo se, porque si algo disfrutamos Ana y yo aquel maravilloso verano, era poder describir los colores áuricos de todos los que nos rodeaban de manera espontánea, sin saber todavía que era un talento de las hadas….y por tanto me sentí como atrapada en una neblina profunda en la que en ese momento Fernando me sumergió.

-Sofía es tan culpable como Ana de que tú y yo no estemos juntos de nuevo- me insinuó Fernando, y ahora sí, sus mirada y su mandíbula apretada, así como sus manos agarrando fuertemente mis brazos, destilaban ira y sed de venganza.

– ¿Qué dices Fernando?- le dije – me estás haciendo daño, ¡suéltame por favor!

y su agarre cada vez se hacía más fuerte, y hundía más sus dedos sobre mi piel.

Entonces se me acercó al oído y susurrando levemente, como quien te cuenta un secreto el cual quiere que nadie escuche, me dijo: 

  • Sofía debe morir… así está escrito. 

Al oír esa frase, aparté rápidamente de manera abrupta sus manos de mi piel , zarandeándome de un lado a otro, intentando escapar de aquella horrible sentencia que acababa de oír de su propia boca, con su propia voz, con la voz de su propio padre.

Avancé rápidamente hacia el bosque, pues necesitaba respirar la tierra, sentir la pachamama que me arropara bajo su ventisca y poder oler las flores silvestres: olores, visiones y sentidos que me conectaran de nuevo a lo que pertenezco y me devolvieran la luz y la claridad que tanto necesitaba en ese mismo instante….

y allí me tumbé en el gran roble que tantas y tantas tardes habíamos pasado Ana y yo leyendo poesías, inventando historias fantásticas y escuchando viejas y preciosas canciones de amor… tardes que nos dedicamos en soledad, como solo se dedican dos grandes amigas.

No recuerdo cuanto tiempo le dediqué  a ese reencuentro con el viejo roble, pero sí sé que cuando abrí los ojos Sofía estaba ahí de nuevo…. me miraba desde arriba, a los ojos, regalándome una media sonrisa.

y eso me trajo calma…- De momento ella sigue aquí- pensé.

  • Si, Sigo aquí Julia y sé que tu harás todo lo posible para que así sea…

Comprobé que justo en ese momento me alegraba de que hubiera aparecido su don, para que pudiera entender de primera mano y de forma auténtica que yo estaba aquí para ella.

Para ella, y para muchas más como ella, pues sin saberlo algo tenía que ver esto con mi siguiente don otorgado… hasta el momento  invisible e inexistente.

 

 

Ya había caído la noche y decidimos que sería lo mejor volver a la casa. Caminamos las dos en silencio, mi mente era un torbellino de pensamientos. Repasaba una y otra vez, iba y venía en el tiempo. Sofía se sonreía, gesticulaba, claro, no nos hacía falta hablar, ella me entendía, me captaba y conectaba conmigo.

Una frase suya repiqueteaba en mí: “vos no vivís tu dimensión mágica”. Esa frase comenzó a cobrar enorme sentido, ya que siempre sentí que era una especie de infiltrada, que no estaba desplegando toda mi potencia.

Llegamos a la casa y para nuestra sorpresa, Fernando no estaba. Por un momento pensé en huir de todo aquello con Sofía, después de todo me era sencillo dejar historias atrás, pero las dudas, la curiosidad, los interrogantes, me enraizaron en ese lugar. Tenía tanto que hablar con Ana… pero ya no era posible. 

De repente, me vi sola en la habitación ¿cómo llegué hasta acá? ¿Dónde estaba Sofía? Antes de que pudiera buscarla, apareció ante mi una puerta color amarillo, que escondía detrás un gran resplandor. La abrí, caminé a través de ella y ahí la encontré otra vez, a Ana, sentada en un banco, sobre un pasto maravillosamente verde. Me extendió la mano y me invitó a sentarme a su lado.

El calor invadió todo mi cuerpo, hacía tiempo que no me sentía así de reconfortada.

-No tenemos mucho tiempo ahora, hay información valiosa que necesitas, para estar lista para actuar, cuando en dos semanas Sofía reciba su llamado, dijo Ana.

Sin que pudiera mediar palabra, prosiguió:

-Las respuestas a muchas de tus preguntas están a tu alrededor. Yo solo puedo entregarte esto, donde vas a encontrar algunas piezas del rompecabezas… y de repente toda la situación se esfumó.

Me encontré tirada en el piso, boca arriba. Sintiendo el contacto helado de mi espalda con el suelo. Siempre tuve problemas para distinguir el sueño de la vigilia ¿pero había sido un sueño? ¿qué es entonces este cuaderno que tengo entre mis manos?

Tengo por delante dos semanas hasta que ocurra el primer llamado de Sofía, quien, por otra parte, parecía no querer vivir su magia. ¿Pero es eso lo que yo puedo hacer? Condenarla a vivir una vida gris, como me doy cuenta que es la mía…

 

 

Aún confundida, tenía una certeza en mis manos. Así es que tomé bien fuerte ese cuaderno y corrí tan lejos como pude a un lugar donde nadie pudiera verme para abrirlo, había una nota en la tapa que decía, confía en ti, confía en la voz de tu interior, sé valiente Julia, porque aquí dentro encontrarás todos los secretos de las criaturas mágicas del bien y del mal, y una vez que descubras todo, no habrá vuelta atrás. Herania me había entregado parte de mí historia olvidada.

Cuando comencé a leerlo empecé a comprender todo y supe aquello que Ana me había hecho olvidar y cuáles fueron sus motivos; me dió un poco de miedo tener todo ese poder en mis manos, pero también entendí que uno de mis llamados era cuidar a Sofía y debía usar todos esos secretos para protegerla el día de su llamado, porque  también ese día se haría presente el ser con más maldad sobre la faz de la tierra e intentaría acabar con su vida. El final no estaba escrito, pero sabía que ese día yo descubriría mi don y que alguien perdería la vida. 

Llegó el momento de dejar de rechazarlo y confiar en que estaba preparada. 

Así es que me fui al bosque y recolecté flores, algunos insectos, plumas, piedras especiales y algunas cosas más para preparar pócimas mágicas. Me preguntaba si alguna me serviría para anular el conjuro de Sarsú, si lo haríamos Sofía y yo juntas uniendo nuestros dones o de algún otro modo improvisado. 

Era una incertidumbre que pronto develaríamos. 

De camino a la casa con todo lo que había juntado, escuché un sonido de un animal que me llamó la atención, jamás lo había escuchado pero era tan fuerte que no podía ignorarlo, así que me acerqué guiándome por el sonido hasta que llegué a una especie de cueva donde vi una jaula vacía y oía una voz que me decía “ayúdame a escapar, por favor”.

-¿Quién me habla? ¿Dónde estás? No te veo -decía Julia-

-Acércate más, estoy aquí dentro de la jaula.

Me acerqué y aunque no veía nada, en ese instante sentí que un escupitajo pegajoso me entró en los ojos.

-¿Qué es esto? Me empecé a refregar los ojos, veía todo nublado hasta que de pronto mi visión se empezó a esclarecer y ví todo, era un animal extraño que nunca había visto.

-Ayúdame, por favor, a salir de aquí.

-¿Quién eres ? ¿Por qué ahora te veo? Pregunté.

-Me llamo Ámbar, y ahora puedes verme a mí y a todos los seres mágicos que vivimos en el bosque porque te concedí la visión.

Mientras trataba de romper el candado, Ámbar me tapó la boca porque aparecieron unos trastolillos que ahora también podía ver, reunidos junto a alguien cuyo rostro no podía ver pero quedaba claro que era el amo de todo. Hablaban sobre el día de la luna llena (que era el día del cumpleaños de Sofía) y de que debían encontrar ese cuaderno para descubrir la pieza que les faltaba para destruir el mundo de las hadas y apoderarse de todo. 

-Hace muchos años estuvo aquí, luego desapareció. Pero ha vuelto, esta vez sin Ana que la salve, no podemos fallar. 

Enseguida entendí que hablaban de mí. Liberé al animal y salimos corriendo juntas a la casa. De camino, al ver todo lo que antes me había sido velado, empecé a recordar todo lo que había olvidado de manera natural. Esas flores blancas con aroma a vainilla en la ventana de la casa eran hadas que se escondían ahí y ese círculo de hongos alrededor era un círculo protector que había hecho junto con Ana porque era lo único que impedía que los seres malignos puedan entrar, pero el día de luna llena, si lograban descubrir lo que les faltaba, podrían romperlo y traspasar. Debía quedarse a salvo, sabía que me estaban buscando y al cuaderno con todos los secretos del mundo mágico. 

 

 

De regreso, notamos que la puerta estaba entreabierta, se escuchaba una melodía suave, el aroma a romero inundaba el living. Ámbar se camufló a plena vista, como solían hacerlo todos los seres mágicos. Fernando se asomó desde la cocina, con su sonrisa franca y un delantal blanco que cubría su pecho desnudo.

Sofía, que también llegaba en ese momento, fue a su encuentro rodeándolo con un cálido abrazo. Luego de lo sucedido temía por la vida de Sofía pero al verlo me di cuenta que él no recordaba nada.

Esa noche cocinamos los tres juntos: música mediante, nos reímos, bailamos y disfrutamos de una cena que hacía tiempo no disfrutaba tanto.

Luego de cenar, Sofi se despidió antes de ir a dormir.

-Gracias a los dos por bancarme.

Abrazo fuerte y a la cama.

Fernando sirvió las últimas dos copas de vino, tomó una manta y nos fuimos a la orilla de un mar con una inusual calma.

El farol solo iluminaba nuestros rostros en una noche teñida de un cielo azul oscuro y brillante.

Chocamos las copas y brindamos por el encuentro.

Nuestras almas sabias se regocijaban al vernos nuevamente. 

No era él, no era yo. Había una especie de conexión profunda irresistible imposible de ignorar.

Acarició mi mejilla y nos entregamos al deseo irrefrenable de un amor prohibido.

El sol recién empezaba a asomarse, el agua fría del mar rozó mis pies y el escalofrío abrió mis ojos en un dulce despertar.

La fusión de nuestros cuerpos envueltos en la manta azul que cobijaba la desnudez de nuestras almas me dejo sin aliento. Me envolvía una sensación de plenitud y de libertad que nunca había experimentado.

Su nariz era perfecta, sus pestañas largas y arqueadas, sus mejillas angulosas y ese pocito en la pera cada vez que sonreía me enamoraba con sólo contemplarlo.

Abrió sus ojos verdes y sentí que solo había vivido para llegar a ese momento.

Era el momento para comenzar a vivir mi dimensión mágica. Sentir desde el alma y abrazar la vida a cada instante…

Regresamos a la casa para despertar a Sofia, y en un instante se me congelo la sangre. ¡Sofía no estaba!                                                                                                                                    Salimos juntos a buscarla, y nos separamos al llegar a la playa.

El corazón latía con fuerza, me asustaba pensar que algo malo le había ocurrido.

El viento agitaba las olas y la arena parecía movediza hundiendo mis pies y ralentizando mis pasos a medida que avanzaba.

-Sofíaaaaa…

Me di vuelta y la vi regresar del bosque traía en sus manos unas hierbas.

Era tan parecida a Ana que por un momento me sentí nuevamente de 15 años como si el mundo se hubiera detenido y fueran las manos de Ana las que se agitaban al verme.

Fui a su encuentro, la abracé asustada y nos fundimos en un cálido abrazo.

Fernando se acercaba corriendo con esa sonrisa que iluminaba su cara.

Le sonreí y nos abrazamos los tres.

Sofi nos explicó que en su carta Ana le había dejado las indicaciones para realizar el ritual en luna llena una vez que estuviéramos los tres juntos.

Debíamos iniciar una fogata y quemar algunas hierbas: menta, hierba buena, salvia y un toque de lavanda.

Colocar algunas ramitas de incienso y leer unas palabras mágicas. 

Entonces, y sólo entonces se harían presentes las hadas, que desactivarían el conjuro siniestro que caía sobre Fernando. Aunque él no lo supiera, ambas deseábamos con todo el corazón poder salvarlo.

Quedaban pocas noches para la noche de luna llena. Di varias vueltas en la cama y me entregué al ensueño nuevamente. Pero ¿a qué se debía este saltar de una realidad a otra, una y otra vez  ¿Acaso podía viajar en el tiempo?

Solo le faltaba el ingrediente secreto, ese que Ana no había podido terminar de escribir.

¿Y si tan solo pudiera llegar antes que Sarsú le diera muerte?

Entonces me concentré en el amor, ese que inundaba mi alma al recordar a Ana y posé mis manos en mi corazón.

Como por arte de magia me encontró recostada en la arena, el agua fría del mar acaricio mis pies y un suspiro me abrió los ojos.

Conocía el camino.

Llegué a la casa de la playa y la puerta estaba abierta.

Era su olor, su energía.

Y mi corazón explotó de alegría.

Allí estaba Ana canturreando la canción de Ghost, mientras cortaba las verduras para hacer el típico caldo que compartíamos en las noches mirando las estrellas.

Nos encontramos en un cálido abrazo. Solo quería que sintiera mi amor recorrer su cuerpo. Nada había resultado como lo habíamos planeado, pero de eso se trata la vida de encuentros y desencuentros con lazos firmes que unen nuestros destinos.

-Yo también te amo.- me dijo acariciando mi cabello.

Fue hacia un cajón y sacó un collar con una piedra azul con vetas doradas y me lo colgó del cuello.

-Julia, si necesitas mi ayuda la noche de luna llena solo aprieta la piedra con fuerza,  y allí estaré para completar la energía que les falte.

 Ana tomó mi mano y me despertó susurrándome al oído:

 -Julia, ¡Despierta! ¡¡Es el gran día!!

¿Había pasado todo ese tiempo?

Con Sofía juntamos todo lo necesario para el ritual.

Los 4 elementos debían hacerse presentes:

Un tronco de incienso para hacer la apertura…

Hacia el Sur: para el agua, un pequeño cuenco con agua de mar cristalina repleta de caracoles que recogimos cuidadosamente en los días previos.

En el Oeste: para la tierra, tomamos piedras del bosque.

En el Norte: para el aire, un par de plumas blancas que encontramos entre las hierbas.

Hacia el Este: para el fuego, pusimos los dos carboncitos para asegurarnos que durará hasta el final del ritual.

Algunas nubes blancas discontinuaban el azul celeste del cielo y como por arte de magia el viento paró de soplar.

Con Ana estábamos unidas más allá de la amistad; aunque le temía un poco sus palabras siempre llenaban mi alma de felicidad.

Los deseos volaban en nuestras mentes buscando donde aterrizar. El perfume a incienso nos transportaba a un lugar conocido y a la vez olvidado.

 

 

Sofia y yo tomamos el cesto donde teníamos preparado todo lo necesario para esa noche. Revisamos que no faltara nada y decidimos acercarnos al pueblo a comprar algo de comida. Sería un largo dia hasta que llegara el atardecer y poder ir al bosque. Al avisar a Fernando de si nos quería acompañar, no estaba. 

– No te preocupes, habrá salido a despejarse. El también está nervioso. – Me dijo Sofia, cuando descubrió mis pensamientos como de costumbre. 

– ¿Sabes? Me desconcierta. Siento ese amor tan fuerte como el primer día, pero también veo sus sombras y eso no me gusta nada. Aunque se que él no es consciente de su otro yo. – le dije a Sofía. 

_¿Qué otro yo? 

Esa pregunta me retumbó en la cabeza, moviendo algo en mis tripas. Volví a sentir que algo no iba bien.

– El Don de leer el pensamiento, te otorga el poder de ir por delante de las personas. ¿No has percibido nada extraño en tu padre? ¿En sus pensamientos? – Vino a mi recuerdo esa mirada encendida de odio y sus palabras cuando nos reencontramos, “Sofía debe morir… así está escrito”. 

Respiré varios segundos y volví a traer ese pensamiento a mí. Silencio. Un escalofrío invadió mi cuerpo. Silencio. El salón se oscureció ligeramente. Silencio. 

– ¿Estás bien? – me susurró Sofía.

– No sé, dímelo tú, que lees el pensamiento. – Le dije sin darme cuenta que la estaba  retando.

– No entiendo muy bien qué es lo que quieres decir.  Estás un poco rara. Primero me hablas del otro yo de Fernando, luego me preguntas si he percibido algo extraño en él y ahora, ¿ te quedas en blanco? De verdad, Julia, no sé a qué te refieres.

– ¿Nunca has leído la mente de tu padre? 

-No. Es al único que no puedo hacerlo. ¿Nos vamos? 

Sofía se dirigió a la puerta y me dejó ahí, con una sensación extraña. ¿Sería que no podía saber lo que pasaba por la mente de Fernando? ¿Será que la tiene bloqueada y tampoco puede acceder a mí, cuando pienso en las sombras de él?

Todo esto me creó por un lado, una mayor responsabilidad en protegerla y por otro, la tranquilidad de que ella no fuera consciente de las intenciones del hijo de Sarsú y así, pudiera estar lo más concentrada posible. Al fin de cuentas, era su hija. 

Desde que estábamos allí, no habíamos ido al pueblo. Pasear por sus calles me trajo de vuelta a aquel verano. La panadería donde comprábamos los bollos recién hechos seguía donde siempre, pero reformada. Cruzamos la plaza donde Ana y yo nos sentábamos a comernos el helado artesanal que hacía Don Emilio, que por cierto, ni rastro de la heladería, ahora en su lugar,  había una tienda de reparación de móviles. 

Mientras nos dirigimos a la frutería observaba de reojo a Sofía. Caminaba mirando el suelo, pensativa, callada, se había creado una atmósfera incómoda entre las dos, desde la conversación en casa. No quise volver al tema. Pensé en que quizás, eso de no poder leerle el pensamiento a Fernando y lo que yo le había dejado caer de sus sombras, la estaría atormentando. 

Había perdido a su madre, estaba a merced de alguien a quien no conocía, que a la vez estaba enamorada y desconfiaba a partes iguales de su padre  y  aquel hombre, que la había engendrado pero que poco estuvo presente en su crianza, la había traído a este viaje loco para poder ser una adolescente normal. Yo en su lugar, también estaría desconcentrada y rara.

Justo cuando salimos de comprar las verduras y frutas para la comida, vimos a Fernando llegar. Venía con una sonrisa y una mirada amorosa. Nos saludó de forma muy cariñosa. Mientras volvíamos a casa, nos contó que quiso ir a saludar a un viejo amigo. Que había sido un reencuentro muy agradable y que estaba sorprendido que después de quince años, aún se acordaba de él.  

Cocinamos juntos, comimos y Sofía quiso echarse un rato a descansar antes de salir. Fernando se acercó, me abrazó por la espalda, y besando mi cabello primero y mi cuello después, me dijo que también le gustaría irse a descansar antes de irnos.  

Me quedé en el salón pensando en Ana, en Fernando, en Sofía y en todo lo que se nos venía por delante. El cansancio me fue invadiendo. No quería dormirme, pero los párpados me pesaban y en ese duermevela,  comencé a sentir un zumbido insoportable. No podía abrir los ojos. El zumbido seguía con más fuerza, con tanta fuerza, que tuve la sensación de que iba a perder el sentido. Y de repente… silencio. Murmullos… Palabras sueltas… Conversaciones…

– ¿Crees que se habrá dado cuenta?

– No lo creo. 

– Tendrías que haber tenido más cuidado.

– Lo sé. Pero está tan vulnerable con lo de mi madre, que cree que estoy atormentada con todo esto que está pasando. No creo que sea un problema. Llegado el momento, estoy segura que va a dar la vida por mi. 

– Tenemos que hacerlo justo en el momento en el que la luna tome su máximo esplendor. Tenemos que conseguir esos poderes antes de que se le despierte el que falta. No sabemos cual es, y eso podría poner en peligro nuestro plan.

– No te preocupes papá, su vida es mía y sus poderes también.

Me dí cuenta que mi audición se había multiplicado por mil. ¿Sería este el don que faltaba por despertar? No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Estaba siendo víctima de un plan maléfico? Mi vida estaba corriendo peligro, hablara ahora o fuera al bosque. Necesitaba pensar algo rápido.

Repasé mis dones: Percibir los seres oscuros, visión para los seres mágicos y ahora audición aumentada. Volví al cuaderno de Ana para repasar todo lo necesario. Me faltaba un ingrediente para el círculo mágico y me faltaba un Don que despertar. “Ana, ayúdame, por favor.” Supliqué. 

Fernando y Sofía entraron como si nada en el salón, preparados para irnos. Intenté vaciar mi mente de todos esos pensamientos, por temor a que Sofía me descubriera. Ya había destapado la trampa y tenía que disimular. Recogimos todo y salimos rumbo al bosque. Sofía estaba especialmente atenta, dándome las gracias y nombrando a mi amiga todo el tiempo. Fernando sin embargo, tomó distancia. Volví a ver la ira en sus pupilas. Ví claramente cómo cada uno estaba representando su papel conmigo a la perfección. Llegados al lugar, comenzamos a crear el círculo. El cuenco con agua del mar con los caracoles, las piedras, las plumas y los carboncillos. 

– Ya está todo listo- Les dije mientras tomaba el palo de incienso para la apertura – Ya podemos empezar.

Sofía entró en el círculo conmigo. Fernando se quedó fuera de él. 

– ¿No vas a entrar? – Le pregunté de forma retórica. 

– Creo que será mejor que me quede fuera. Esto es entre hadas. – Sofía y Fernando se miraron. 

– ¿Hay algo que deba saber antes de comenzar el ritual? – Fernando volvió a mirar a Sofía y ésta bajó la mirada mientras respondía – No. Empecemos cuanto antes. 

Respiré. Confié en que al estar en el círculo, Sofía no podría acceder a mi mente. Pedí en silencio ayuda a Ana e invoqué a todos los seres mágicos su protección. El mar se escuchaba desde allí, se volvió brioso, como aquel primer día, se llenó de caracolas y las olas comenzaron a crear una espuma blanca y densa. El bosque, se tornó penumbroso y sombrío. 

Los seres oscuros se estaban acercando, lo sentía cerca. Levanté mi mano izquierda empuñando el palo de incienso cuando…

– ¡Falta un ingrediente! – Dijo Sofía con voz firme, queriendo ganar tiempo. Al mirarla, me encontré con una mirada diferente. Fría. Miré a Fernando y ví la misma. Miré alrededor y estábamos rodeadas de seres oscuros y poderosos. 

Volví a mirar a Sofía y me susurró: – Vienen a por mi, recuerda lo que te escribió mi madre. Tienes que salvarme. Aún a costa de tu vida… Recuerda, mi madre dió su vida por ti. Se lo debes. 

Ahí me dí cuenta de que había llegado el momento. Era ahora o nunca. 

– Es cierto. Falta un ingrediente. – Descubrí el collar de piedra azul que traía colgado de mi cuello, aquel que Ana me había entregado en el sueño y del que ellos no tenían constancia. Sus ojos se encendieron. Sofía saltó fuera del círculo junto a su padre. Se tomaron de las manos y comenzaron a invocar a Sarsú. Ahora todo estaba al descubierto. Iban a acabar conmigo y con todo el reino de luz. 

Tomé la piedra entre mis manos con fuerza confiando en lo que estaba haciendo y de repente, comenzaron los zumbidos de nuevo. Y yo apretaba más la piedra. Y el viento comenzó a huracanar. Y sentí que iba a desmayarme cuando….

 

– ¡¡¡Ring!!! ¡¡¡Ring!!! ¡¡¡Ring!!! 

Abrí los ojos sobresaltada. Estaba tumbada en el sofá de mi casa. Con la misma ropa de aquel 3 de septiembre, el día en que llegó Sofía a mi vida. Todo estaba igual que antes de que aparecieran ella y Fernando. ¿Qué había pasado? ¿Había tenido el sueño más real de mi vida? Confundida, descolgué el teléfono.

-¿Hola? ¿Quién es?

– Buenas tardes Señora. Traigo un paquete para Julia Martinez. Llevo un rato tocando la puerta, esperando a que me abran. ¿Está en casa?

– Sí claro. Suba. Perdone… una pregunta, quizás le resulte extraña, pero es importante. ¿Me podría decir qué día es hoy? – 

– Si. Hoy es Jueves, 6 de agosto. Señora, ¿está bien? 

– ¿Entonces, aún queda un mes antes de que acabe el verano? – Todo había sido un sueño, pensé.

El repartidor me entregó el paquete. No había remitente. Aún aturdida, lo abrí, saqué una pequeña caja y dentro de ella, una pulsera de plata con pequeñas piedras azul turquesa y una nota que decía: 

“Querida Julia, he vuelto al país. Me gustaría verte y retomar esa conversación pendiente de hace una década. Sé que te debo una explicación. Por favor, acepta mi invitación. Con cariño, Fernando.”

Sentí un escalofrío por todo mi cuerpo, un pequeño zumbido se activó en mis tímpanos… 

                                                                                                                                        Continuará…

Autoras, por orden de aparición de líneas:

Ro Minnucci.

Leilén Di Girolamo.

María del Pilar González García.

Aránzazu Longares.

Agustina Bonnín.

Jesica Duarte.

Fabiana Pereiro.

María del Mar Garnica Otero.

 

¡Gracias Narradoras!

[Narratón 2022]